Recuerdo aún la disposición de la casa, y el olor a cigarro los sábados por la noche. Jugar con mi primo, y aquella sala enorme, fría, oscura, pero tranquila. Cuando recién nací me contaron que vivimos ahí, cosa que sólo constate con las fotos que ha dejado el tiempo. Recuerdo el comedor largo, típico de una casa colonial en el centro de la ciudad, y los dormitorios dispuestos de tal forma que no era imposible perderse, cómo olvidar mis meos por el balcón, mis escupitajos a los carros que pasaban por la calle, mis discursos leyendo la guía telefónica y las gradas que llevaban al departamento principal que alguna vez me provoco una torcedura de pata. Tantas historias me contaron de aquella casa, que quizás solo queda el recuerdo de aquella pinta en una de las canaletas que decía: Fernando y ..... 1970 y algo.
La última vez que visite esa casa, fue en una reunión con mi tía. En donde por primera vez se me hacia ajena, vacía, más fría que nunca, vieja y desordenada. Sin embargo la noche me sugería un recuerdo triste.
Hasta la anterior semana me enteré que aquella vieja casa de la Calle Unión se vendía por fin, no me entristecí pues creo que el futuro que le espera es mucho mejor que el dejarla aún en nuestras manos, quizás pase a ser un hotel de lujo que albergará a cientos de gringos y sus orgías. Pero no niego que me provoca cierta pena el saber que aquella casa que me vio crecer ahora quedará en un recuerdo.
Dicen que lo mejor es no aferrarse a bienes materiales, pues bien, definitivamente tienen razón.
martes, 18 de diciembre de 2007
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